Sáhara Occidental: De Mistura y el confort del status quo
De Mistura parece haberse instalado en el confort del status quo, administrando el conflicto en lugar de conducirlo hacia una salida política. Parece que su papel como operador político y constructor de compromisos ha terminado diluyéndose en una mera gestión contemplativa basada en una diplomacia tímida sin resultados tangibles.
¿Se va a estancar nuevamente la cuestión del Sahara?
Hach Ahmed
Primer Secretario del Movimiento Saharauis por la Paz (MSP)
Staffan de Mistura, Enviado del Secretario General de la ONU para el Sáhara Occidental, ha presentado su análisis y recomendaciones al Consejo de Seguridad en vísperas de la renovación del mandato de la MINURSO a finales del mes de octubre. De lo poco filtrado de su informe emerge un escenario idéntico al de los últimos tres años: un proceso de mediación crónicamente estancado.
A pesar de sus reiteradas llamadas a la creatividad y al compromiso, De Mistura no se arriesga a ofrecer propuestas concretas ni una estrategia clara para reactivar las negociaciones. Su discurso, dominado por consideraciones humanitarias y advertencias sobre los riesgos de una «escalada regional», transmite más prudencia que liderazgo político.
Resulta llamativo que, tras tres años al frente de la misión, el enviado de la ONU siga planteando más preguntas que respuestas sobre su propia gestión. En lugar de definir un rumbo o establecer una hoja de ruta, se limita a formular interrogantes al Consejo y a las partes, como si su papel fuera más el de un observador que el de un facilitador con capacidad de iniciativa.
Tampoco aborda con la urgencia requerida la imperiosa necesidad de restablecer y hacer respetar el alto el fuego roto desde 2020, una ruptura que ya ha costado la vida a cientos de jóvenes saharauis. Aun así, considera que “después de cinco años el Polisario no ha articulado todavía una visión clara de cómo la vía militar que actualmente sigue podría conducir a un resultado político positivo”.
Este silencio resulta paradójico en alguien que dice preocuparse por el costo humano del conflicto y por «las terribles condiciones humanitarias en los campamentos de refugiados de Tinduf». La omisión revela, en última instancia, una preocupante desconexión entre la realidad sobre el terreno y el discurso en la tribuna de oradores de la Sala Azul.
Más allá de ese sinsentido, la mediación de De Mistura se caracteriza por su incapacidad para innovar o introducir potenciales elementos de inflexión. En lugar de explorar nuevas dinámicas políticas o reconocer los cambios dentro del propio campo saharaui —como el surgimiento del Movimiento Saharauis por la Paz (MSP), que, sin ser la voz del Polisario ni de Argelia ni de Marruecos, aboga por una vía política realista y rechaza la vía armada—, el enviado parece aferrarse a un guion agotado que ya no da más de sí. Esta falta de flexibilidad y proactividad priva al proceso de todo impulso renovador y perpetúa una diplomacia de bajo perfil, más pendiente de no incomodar que de avanzar.
Su llamamiento a reanudar la mesa redonda antes de fin de año carece igualmente de sustento real: no presenta alternativas, ni ideas nuevas capaces de acercar posiciones. Todo indica que su objetivo inmediato es escenificar una nueva ronda de conversaciones —quizás en busca de la fotografía junto a las delegaciones negociadoras—, olvidando que esa imagen ya la obtuvieron sin éxito sus predecesores James Baker y Horst Köhler.
En definitiva, De Mistura parece haberse instalado en el confort del status quo, administrando el conflicto en lugar de conducirlo hacia una salida política. Parece que su papel como operador político y constructor de compromisos ha terminado diluyéndose en una mera gestión contemplativa basada en una diplomacia tímida sin resultados tangibles.
Si el próximo mandato de la MINURSO y del facilitador se renueva sin cambios de fondo, la ONU habrá perdido, por trigésimo quinto año, tiempo y recursos considerables en las arenas del Sáhara Occidental. Solo un replanteamiento sustancial del mandato y un liderazgo decidido de las potencias influyentes —incluida la administración del presidente Trump— podrán evitar que el Sáhara Occidental siga siendo el espejo más nítido de la impotencia multilateral y que los saharauis continúen languideciendo en la irrelevancia, la incertidumbre y la frustración.



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