El Sáhara Occidental: entre la paz posible y la maldición de la intransigencia
En este contexto, la participación del MSP en la próxima sesión de la Cuarta Comisión de la ONU constituye un paso significativo. Por primera vez podría alzarse en los foros internacionales una voz saharaui distinta, genuina y constructiva, capaz de desafiar el monopolio de las narrativas intransigentes.
Hach Ahmed Primer Secretario del MSP
Stefan de Mistura, Enviado Personal del Secretario General de la ONU para el Sáhara Occidental, regresa una vez más a la región en un momento decisivo. Armado con la paciencia de quien se resiste a rendirse, busca cualquier rendija que permita desbloquear un proceso de paz estancado desde hace más de tres décadas. A finales de octubre próximo deberá presentar sus recomendaciones al Consejo de Seguridad, antes de que este decida el futuro de su misión y de la operación de paz en la excolonia española, la más larga e infructuosa que mantiene la ONU en África.
El conflicto del Sáhara Occidental sigue siendo una de las grandes deudas pendientes de la ONU: casi cinco décadas atrapado en un laberinto de posturas irreconciliables, rivalidades geopolíticas e intereses contrapuestos. Sin embargo, pese a la parálisis y al peso de la inacción, todavía persiste una tenue esperanza de alcanzar una solución pacífica. Esa esperanza exige un compromiso firme de la comunidad internacional y, en especial, de países influyentes como Estados Unidos, Francia o España —la antigua potencia administradora—, para que las partes directa o indirectamente implicadas eviten caer en la peor de las maldiciones: la intransigencia que conduce al abismo.
Frente a este panorama, el Movimiento Saharaui por la Paz (MSP) plantea una alternativa inédita. A diferencia de las posiciones maximalistas que han monopolizado el debate hasta ahora, el nuevo movimiento político saharaui privilegia el diálogo como única vía para salir del túnel. Su postura nace de una lectura realista de la historia reciente, que advierte sobre los costes de prolongar la confrontación. Insistir en soluciones de fuerza —incluida la escalada— no hace sino alimentar un ciclo de violencia que puede desembocar en una tragedia mayor para un pueblo que ya lleva medio siglo sumido en la incertidumbre y el exilio.
El espejo de otros conflictos —con todas sus diferencias— ofrece lecciones que sería insensato ignorar. La devastación en Gaza demuestra con crudeza lo que ocurre cuando los extremismos y la lógica bélica se imponen sobre la diplomacia y la prudencia: los civiles son siempre quienes pagan el precio más alto. La experiencia demuestra que el radicalismo, venga de donde venga, pocas veces conduce a la liberación o a la prosperidad; sus consecuencias suelen ser nefastas e imprevisibles.
Por eso resulta urgente dar espacio y apoyo a las voces que, dentro de la propia sociedad saharaui, han optado por la moderación y el rechazo de la violencia como instrumento político. No se trata de renunciar a derechos legítimos, sino de ejercer la inteligencia y el sentido común para defenderlos. La paz, aunque imperfecta y exigente en concesiones, siempre será preferible a la perpetuación de la guerra y la destrucción. Ante una coyuntura de extrema complejidad, donde se desatan con facilidad escenarios de escalada imprevisibles, el principio elemental de precaución nos recuerda que todo lo que pueda salir mal, saldrá mal. ¿Estamos dispuestos a arriesgar el futuro de nuestra gente?
En este contexto, la participación del MSP en la próxima sesión de la Cuarta Comisión de la ONU constituye un paso significativo. Por primera vez podría alzarse en los foros internacionales una voz saharaui distinta, genuina y constructiva, capaz de desafiar el monopolio de las narrativas intransigentes.
Durante demasiado tiempo, las posturas rígidas han cerrado las puertas al entendimiento, secuestrando el debate y perpetuando el statu quo. Tanto el independentismo exacerbado como el nacionalismo estatal inflexible resultan estériles e incompatibles con la convivencia y el acuerdo.
El MSP se erige como la expresión de un nacionalismo saharaui moderado, defendiendo una tercera vía que prioriza la negociación y la exploración de todo sendero o meandro que conduzca al pacto y al acuerdo, frente a la acción violenta. Su premisa es que, mediante concesiones mutuas y garantías internacionales, un compromiso o tratado de convivencia con Marruecos no solo es alcanzable, sino inevitable. Al Sr. De Mistura le expresamos nuestros mejores deseos y un renovado voto de confianza por parte del Consejo de Seguridad. Pero debe actualizar su agenda de contactos e incluir a otros actores constructivos que puedan contribuir al relanzamiento del proceso político, evitar más tropiezos y —Dios no lo quiera— otro revés.
El momento exige coraje y sensatez. La vía del diálogo y el entendimiento mutuo es difícil, pero es la única que puede conducir a una solución real y duradera de un problema que, junto al coste humano, lleva medio siglo perturbando la estabilidad y la integración del Magreb.
El futuro del Sáhara Occidental y del noroeste africano depende de la capacidad de sus actores —y de la comunidad internacional— para aprender de los errores del pasado y elegir escribir un desenlace distinto, lejos de las páginas de dolor que marcan otros conflictos interminables. La paz es posible, pero requiere escapar de una vez por todas de la maldición de la intransigencia.
Post Comment