Los Cruzados del Odio

Movimiento saharauis por la paz es

En el pantanoso terreno de la cobertura del problema saharaui en España, algunos periodistas han decidido que los hechos son un estorbo. Prefieren convertir sus páginas en trincheras personales desde las que disparar contra todo aquel que ose desviarse de su particular filosofía o enfoque. No informan; intoxican. No analizan; difaman.

Esta peligrosa deriva encuentra en Ignacio Cembrero (El Confidencial) y, en menor medida aunque igualmente significativo, en Francisco Carrión (El Independiente), dos ejemplares casi perfectos de un gremio que confunde la pluma con la espada.

Cembrero, antiguo corresponsal de El País en Rabat, ha mutado en cruzado. Su brújula moral es un juguete del viento, calibrada no con ética sino con rencor. Su obsesión por difamar al Movimiento Saharauis por la Paz (MSP) ha alcanzado cotas patológicas. Su último “scoop” es una burda farsa: presentar una fotografía institucional y pública de Hach Ahmed, Primer Secretario del MSP, con Pedro Sánchez —tomada en el Consejo de la Internacional Socialista, un foro multilateral— como un gesto clandestino y conspirativo contra el Polisario y a favor de Marruecos. La pregunta no es por la foto, sino por la mente que necesita ver fantasmas donde solo hay protocolo.

La amnesia conveniente de un manipulador

Aquí reside el núcleo de su método: una inconsistencia cínica y calculada. El mismo personaje que hoy defiende la “representatividad única” del Polisario con fervor de neófito, fue quien en 2015 aireó con trompetas el informe de la OLAF que acusaba a ese mismo Polisario de desviar “sistemáticamente” ayuda humanitaria para comprar armas. Entonces le pareció un titular de portada; hoy ese informe es un incómodo estorbo que barre bajo la alfombra de su nueva fe. ¿Qué cambió en medio? No la aparición de otra verdad, sino el fin de su confortable etapa en Rabat y el inicio de una guerra personal con Marruecos, materializada en cuatro demandas judiciales. Su conversión no es ideológica; es táctica. El Polisario ya no es el corrupto de ayer: ahora es el instrumento útil para su cruzada marroquí.

Su estilo es un engendro de medias verdades y deducciones disparatadas. Construye castillos de acusaciones sobre cimientos de aire, como el supuesto “informe del CNI” contra el MSP, que en realidad son un par de párrafos colados en El País por un freelance afín al Polisario. Para él, la lógica temporal es un detalle irrelevante: utiliza un episodio de 2018 —la detención de un individuo por el Polisario que, a su regreso a España, presentó una querella contra los dirigentes de Tinduf— para desacreditar a un proyecto político pacífico que ni siquiera existía entonces.

La munición, aunque caducada o procedente del enemigo de ayer, le sirve si puede disparar.

El periodismo del rencor: un negocio ruinoso

Para difamar y elucubrar, su imaginación es ilimitada. “El MSP son solo doce tíos”, “tiene una página pobre”, y acto seguido se contradice: “han organizado conferencias internacionales con cientos de participantes; alguien les tendrá que financiar”.

Lo grave no es solo el desprecio por la verdad, sino el objetivo final. A Cembrero no le interesa la paz saharaui: le incomoda. Una solución plural y negociada, encarnada por actores como el MSP, dinamita su narrativa rentable de conflicto eterno y su rol de cruzado en una guerra personal. Por eso oculta la trayectoria de Hach Ahmed y la red de relaciones que tejió en España durante diez años como representante del Polisario; por eso entierra su pasado y por eso convierte rumores en supuestos informes de Estado.

Su artículo no habla del Sáhara; habla de su odio. Su columna no es análisis; es rencor. A Cembrero le importa poco que los saharauis encuentren una solución y salgan del túnel de la guerra y el exilio. Prefiere que sigan luchando hasta desaparecer como los indígenas de América, siempre que en el camino hagan algún daño a Marruecos.

Estos periodistas de trinchera, que escriben con bilis en lugar de tinta, olvidan que su poder termina donde empieza la ley. Convierten el debate público en un campo minado de intoxicaciones y a los ciudadanos en rehenes de sus batallas privadas. La pregunta final es demoledora: ¿a quién sirve este periodismo de vendetta? Desde luego, no a los saharauis, condenados a ser piezas en su tablero. Ni al periodismo, cuya credibilidad queda hecha añicos al servicio de ajustes de cuentas. El Confidencial y El Independiente han pasado a ser, por la actividad insidiosa de ambos personajes, boletines oficiosos del Polisario y altavoces de injurias contra disidentes y opositores de un movimiento totalitario congelado en el tiempo.

A estos cruzados de salón, tan audaces en la manipulación, solo cabe recordarles un consejo elemental: mantengan a sus abogados en línea directa. Porque cuando se usa el periódico como arma arrojadiza, más tarde o más temprano la ley tiene la última palabra. Y no suele ser tan indulgente con la difamación como ellos lo son con su propia coherencia.


Movimiento saharauis por la paz es

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